La ira es una emoción intensa y poderosa, seguramente es de las emociones más difíciles de manejar. Desde el punto de vista químico, ante la presencia de un obstáculo vivido como amenaza, el organismo segrega adrenalina y noradrenalina, que hacen posible los comportamientos de alerta, actividad, confrontación y lucha.La ira, bien gestionada, proporciona la fuerza para enfrentarnos a una situación que nos parece injusta o peligrosa. Sin embargo, si no sabemos cómo canalizarla, se convierte en algo que daña aún más la situación a la que nos enfrentamos.¿Qué es mejor, contener la rabia o dejarla salir y así poder desahogarme?, la solución, posiblemente, radique en encontrar un camino intermedio, reconducir la energía que se genera con la ira significa conocer la emoción para poder controlarla.Por un lado, aceptar su presencia y saber que los pensamientos y sentimientos que la acompañan son irracionales. Por otro, es necesario encontrar la manera de sentirse dueño de la situación, con capacidad para razonar y comprender.Cinco premisas que debemos identificar para aprender a gestionar la ira:
  1. Liberar la emoción. Descargar la energía que produce la ira tiene como propósito que el sistema vuelva a recuperar el estado más adecuado para su funcionamiento. Es como dejar salir el vapor de una olla a presión. De ahí, la importancia de encontrar canales por los que poder liberar la tensión. Algunas ideas para liberar la tensión podrían ser: – No acumular, ni callar aquello que nos produce malestar. – Hablar, discutir con más frecuencia sobre lo que nos molesta para evitar grandes explosiones. – Poner el cuerpo en movimiento, realizar acciones físicas que nos permitan liberar la tensión acumulada (moverse, resoplar, gritar, dar un golpe sobre la cama, etc.). – Tomar distancia con lo que nos irrita (contar hasta diez, salir a dar un paseo, hacer alguna actividad que nos resulte agradable, etc.).
  2. Ser conscientes de la emoción que surge. Reconocer que algo nos ha molestado, reconocer nuestro enfado. Es importante darse cuenta de lo que estamos sintiendo y poner palabras a estos sentimientos para pasar de un plano emocional-irracional a otro más racional que nos ayude a calmarnos.
  3. Admitir y explorar el enfado. La ira, es como una señal roja que se enciende cuando una expectativa o deseo no se han visto realizados. Profundicemos en lo que sentimos para conocer qué está provocando la emoción; ¿qué me molesta tanto de esta situación?, ¿qué hace que me enfurezca de esta manera?, ¿en qué otros momentos de mi vida me he sentido así, con una rabia irrefrenable?
  4. Asumir la respuesta al sentimiento de ira como algo propio, no ajeno. Hay momentos en los que la rabia se canaliza hacia personas o situaciones que no son el motivo original de nuestra ira. Darnos cuenta de que nuestra forma de reaccionar ante determinadas situaciones o hechos, es algo de cada uno de nosotros, de nuestra historia personal, nos ayuda a responsabilizarnos de nuestras reacciones, y de lo que generamos con ellas.
  5. Expresar el mensaje. Una vez hayamos aceptado y comprendido lo que sentimos, hay que transmitir a los demás el impacto de su acción o actitud, en nosotros, para evitar en la medida de lo posible, que esa situación se repita. Se trata de ser capaces de expresar lo que nos ha molestado, al tiempo que tenemos en cuenta los sentimientos del otro.
Entender los motivos por los que aparece la rabia, nos ayudará a tener un mejor manejo de la emoción. Aprendamos a hacer de la ira una aliada, ya que será compañera de viaje en nuestra vida, y gestionada una forma adecuada, tiene la función esencial de “resolver” aquello que nos afecta de manera negativa.